Es el maestro de la fantasía, la imaginación, el erotismo y el surrealismo. Tras 20 años fotografiando a las grandes estrellas en situaciones imposibles edita un libro gigantesco que recopila lo mejor de toda su carrera y además se estrena como realizador de largometrajes.
Cuando Andy Warhol murió, las cosas se torcieron para David LaChapelle. Era 1987 y los nuevos editores de la revista Interview, en la que el chico de Connecticut que Warhol conoció en una fiesta había aprendido a hacer fotos, le echaron. Él dedicó dos años a trabajar los negativos de color hasta conseguir un vibrante espectro cromático que se convertiría en una de sus señas de identidad. Cuando volvió al negocio nadie quería ver su book. “La gente decía: ‘Está acabado’, ‘Ya no tiene 19 años”, recordaba LaChapelle en una entrevista concedida en 1996.
Hoy, 10 años después de esa entrevista y a casi 20 de su despido, pasados ya los 40, LaChapelle tiene una prueba más que evidente de cuánto se equivocaron los que le enterraron a los 25. Más de una, en realidad: 2.500, para ser exactos. Cada una viene en una caja de 35 por 50 centímetros y tiene 698 páginas y una firma suya. Cada una cuesta 1.500 euros. Cada una es un libro, Artists & prostitutes, edición limitada publicada por Taschen que recoge los mejores trabajos de su carrera entre 1985 y 2005. Una categoría que, tratándose de LaChapelle, significa las imágenes más circenses y provocativas que su imaginación ha ideado. Y que personajes tan mediáticos como Eminem, Madonna, Drew Barrymore o David Beckham se han prestado a interpretar.
“Mis fotografías son escapistas. Para mí la fotografía es fantasía”, afirmaba en 2001 LaChapelle en American Photo. Estrellas del porno, rockeros y modelos situados en un escenario artificial y artificioso que abraza con pasión los símbolos de la cultura pop y aquella parte de la realidad estadounidense que no encaja en las convenciones del buen gusto: centros comerciales, hamburguesas gigantes, autopistas anónimas. Y todo ello con la menor cantidad de ropa posible, por favor: Eminem, desnudo, sujetando un fálico cartucho de dinamita entre sus muslos; Amanda Lepore, su transexual favorita, esnifando diamantes; la rapera Lil’Kim, también desnuda y sólo cubierta por el logo Monogram de Vuitton, como si ella misma se hubiera convertido en un bolso… Reivindicar la vulgaridad y redimirla como belleza.
Una vocación por lo carnavalesco y lo delirante que le ha reportado una de sus más recurrentes etiquetas. El nuevo surrealista. El Fellini de la fotografía. El heredero del maestro francés Guy Bourdin (una de las pocas influencias confesas, junto a Helmut Newton y Diane Arbus, de un hombre que odia la nostalgia).
Cuando Andy Warhol murió, las cosas se torcieron para David LaChapelle. Era 1987 y los nuevos editores de la revista Interview, en la que el chico de Connecticut que Warhol conoció en una fiesta había aprendido a hacer fotos, le echaron. Él dedicó dos años a trabajar los negativos de color hasta conseguir un vibrante espectro cromático que se convertiría en una de sus señas de identidad. Cuando volvió al negocio nadie quería ver su book. “La gente decía: ‘Está acabado’, ‘Ya no tiene 19 años”, recordaba LaChapelle en una entrevista concedida en 1996.
Hoy, 10 años después de esa entrevista y a casi 20 de su despido, pasados ya los 40, LaChapelle tiene una prueba más que evidente de cuánto se equivocaron los que le enterraron a los 25. Más de una, en realidad: 2.500, para ser exactos. Cada una viene en una caja de 35 por 50 centímetros y tiene 698 páginas y una firma suya. Cada una cuesta 1.500 euros. Cada una es un libro, Artists & prostitutes, edición limitada publicada por Taschen que recoge los mejores trabajos de su carrera entre 1985 y 2005. Una categoría que, tratándose de LaChapelle, significa las imágenes más circenses y provocativas que su imaginación ha ideado. Y que personajes tan mediáticos como Eminem, Madonna, Drew Barrymore o David Beckham se han prestado a interpretar.
“Mis fotografías son escapistas. Para mí la fotografía es fantasía”, afirmaba en 2001 LaChapelle en American Photo. Estrellas del porno, rockeros y modelos situados en un escenario artificial y artificioso que abraza con pasión los símbolos de la cultura pop y aquella parte de la realidad estadounidense que no encaja en las convenciones del buen gusto: centros comerciales, hamburguesas gigantes, autopistas anónimas. Y todo ello con la menor cantidad de ropa posible, por favor: Eminem, desnudo, sujetando un fálico cartucho de dinamita entre sus muslos; Amanda Lepore, su transexual favorita, esnifando diamantes; la rapera Lil’Kim, también desnuda y sólo cubierta por el logo Monogram de Vuitton, como si ella misma se hubiera convertido en un bolso… Reivindicar la vulgaridad y redimirla como belleza.
Una vocación por lo carnavalesco y lo delirante que le ha reportado una de sus más recurrentes etiquetas. El nuevo surrealista. El Fellini de la fotografía. El heredero del maestro francés Guy Bourdin (una de las pocas influencias confesas, junto a Helmut Newton y Diane Arbus, de un hombre que odia la nostalgia).
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